Frente a los cambios

Sergio
11/21/2024

“Querida, vivimos en una época de transición, dijo a Adán cuando acompañaba a Eva fuera del paraíso”. Esta frase del teólogo y profesor de la Universidad de Oxford W. R. Inge, puede servirnos como introducción para esta pequeña reflexión.

Cambiar significa dejar atrás lo conocido, estable, permanente y seguro. Salir de nuestro particular “paraíso”, de nuestro “útero materno”, para poder, a través de este parto, de esta “expulsión”, afrontar la incertidumbre del porvenir, ganarnos el pan con el “sudor de la frente”, un tránsito éste que es normal que nos genere un cierto grado de inseguridad, miedo y confusión por el temor a los posibles riesgos que pueden acarrearnos.

El cambio implica el paso de un estado conocido a otro desconocido y es necesario aceptar una cierta dosis de incertidumbre y miedo para poder afrontarlo con una actitud saludable. La mayor parte de estos cambios, de estas pérdidas del paraíso, no suponen un grado de conciencia ni de perturbación importantes, sin embargo, existen otro tipo de cambios más puntuales, específicos e intensos, como puedan ser la ruptura de una larga relación de pareja, el cambio de residencia, la muerte de un ser querido, la partida de los hijos del hogar, la pérdida de un empleo, una enfermedad, etc. que requieren de una actitud de afrontamiento importante y una mentalidad adecuada.

A conseguir dicha actitud y mentalidad, nos puede ayudar el tener en cuenta el hecho de que nuestra personalidad, nuestra identidad personal, se gesta gracias a cada una de las elecciones que realizamos en estos momentos de cambio. Con cada una de nuestras elecciones labramos nuestro destino. Los cambios y las decisiones vitales que les acompañan son la tierra donde florece nuestro ser interior. En el molde de nuestras elecciones es donde se forja nuestra personalidad. Morimos al pasado y nacemos a un nuevo futuro con cada una de nuestras elecciones en estas situaciones de cambio.

Decía G. Boccaccio, escritor y humanista italiano del S. XIV. que “vale más actuar exponiéndose a arrepentirse de ello que arrepentirse de no haber hecho nada”. ¡Se imaginan la historia de la humanidad si Adán y Eva se hubiesen sentado ante las puertas del paraíso a esperar que les readmitieran de nuevo!

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